Ella


Él vestía unos jeans azules, camisa blanca y por sobre ésta un chaleco negro que le cubría hasta el cuello, combinando todo con un par de tenis de mezclilla y colgando de su hombro derecho hacía su pierna izquierda; una mariconera de cuero color negro. Caminaba pensativo por las coloniales calles de Zacatecas. Sus audífonos puestos y la música a todo volumen en sus oídos, le daban a la caminata un toque ambiental perfecto para el momento. Andaba sin rumbo alguno, sólo desplazándose hacía donde sus pies lo llevaran; huyendo de la realidad. 

Mientras él avanzaba, detrás de una multitud reunida en la Plazuela Goitia, con la vista dirigida a los edificios coloniales que le esperaban de frente en su camino, una voz aguda se hizo escuchar a lo lejos, unos metros atrás de él; gritó su nombre, pero éste fue incapaz de escuchar el llamado debido a la pieza musical sonando en sus oídos “Noir désir” de la banda "Vive la fëte". El fuerte llamado obtuvo la atención de una parte de los presentes en el lugar. Una joven corría apresurada, tratando de alcanzar al adolescente de los jeans azules y chaleco negro. Al interceptarlo, la gente volvió su atención a la banda sinfónica que ofrecía un concierto gratuito en aquella pequeña plaza. La chica lo agarró del brazo derecho y con un movimiento brusco lo jaló hacía ella, causando que uno de sus audífonos callera, éste rebotó sobre su cuerpo mientras él volteaba su mirada hacía la joven.

Lo hizo volver en sí y con una expresión de espanto la miró a los ojos. Por un instante se perdió en ese par de joyas azules que se apreciaban en sus iris, su maravilloso aspecto y el reflejo de los mismos. Pero aquel tesoro no fue la única cualidad que llamó su atención; su piel, tan limpia y suave como la seda y su cabello lacio y largo que caía hasta su cintura, producían en él un sentimiento extraño. Él sintió la necesidad de sentirla cerca y acariciarle el rostro, contemplar su figura angelical tan frágil como una rosa, pero a su vez poderosa. Deseaba abrazarla y oler su cabello hasta que éste se quedara sin aroma, sintió la necesidad de besarle sus tan definidos labios rojos qué contrataban con su tez blanca.

Se quedó pasmado dirigiendo su vista a la boca de la chica. Él veía cómo ésta se movía, pero de ella no escuchaba ni un sólo sonido. Sin pensarlo ni un segundo más y evitando robarle el más delicioso de los besos contra su voluntad, se abalanzó sobre ella, cubriéndola por la espalda con ambos brazos hasta que sus manos se encontraron una con la otra. La joven, impresionada por la acción de éste, se quedó en shock por unos instantes, para luego soltarse del chico y continuar hablando.

Él, al terminar ese profundo abrazo observó una vez más directo a sus ojos, en ellos veía confusión con un poco de miedo, fue entonces cuando salió de trance y cayó en cuenta sobre lo que hacía, se retiró rápidamente de ella pidiéndole disculpas, a lo que la chica respondió:

    -Pero ¿Por qué me pides disculpas Manuel? Se supone que somos novios ¿O hay algo de lo que no me haya enterado aún?

Ella abrió los ojos, casi en su totalidad, posteriormente lo jaló un poco del brazo. En ese momento él entendió que todo se trataba de una simple actuación, a lo que respondió de manera positiva para la chica.

    -Ah, sí… Perdón es que traía la música y tú sabes que cuando la escucho me pierdo en otro mundo.

    -Lo sé, eres muy despistado - dijo ella volteando a su costado izquierdo como buscando a alguien- Pero por eso eres mi hermoso Manuelito, por eso te amo -se inclinó un poco hacía él y le plantó un beso en su mejilla.

Un beso que él sintió más cálido que una tarde frente al fuego de la chimenea en invierno; y más cariñoso que el chocolate que le prepara una madre al hijo enfermo.

Emprendieron su camino en la misma dirección que el chico ya habia establecido. Las palabras desaparecieron por un momento, y él sólo aprovechaba para admirar a cada instante a esa chica. Con un estilo de vestimenta entre moderno y gótico, y ese cabello corto de colores combinados entre el blanco y azul, con una raíz negra asomándose de su casco y sumando finalmente con el bolso negro que traía en sus manos le daban a ella un aspecto tan único, sobre todo ante los ojos de él.

    -¿Qué tanto miras? -Rompió la chica aquel silencio incómodo entre ambos. 

Lo miró fijamente y provocó en él una expresión de culpa y vergüenza, que se daban más a notar con el color rojo qué adquirió su piel. 

Ella continuó:

    -Perdón -Agachó su mirada- Lo que pasa que un hombre me seguía y me intentó sujetar del brazo, me dio mucho miedo, por eso te hablé. Perdón enserio que te haya molestado, es sólo que entre toda la gente sólo te vi a ti caminando sin rumbo y pensé en hacerte pasar por mi novio o algo así… Bueno la verdad te quería hacer pasar por mi hermano… Pero es que eres muy guapo y no podía desaprovechar una oportunidad así -él sonrió un poco mientras ella notó su propia osadía al confesarle ese pequeño detalle.

    -Tú no te preocupes por eso y qué bueno que se te ocurrió esa idea, pero dime -volteó hacía atrás- ¿Quién te molestaba?

    -Creo que ya se fue, ya no lo alcanzo a ver, pero muchas gracias enserio -Dijo ella mientras lo abrazaba- Perdón creo que ya debo despedirme, no quiero causar molestia ni ningún problema.

    -¡Para nada! La verdad es que no es ninguna molestia para mí, al contrario -volvió a observarla.

    -¿Por qué me miras así?... ¿Tengo algo en mi cabello o en mi cara? -Empezó a tocarse buscando alguna cosita perdida.

    -Lo siento si te incomodé, es sólo que… Eres hermosa, pareces un ángel -Se le quebró un poco la voz y agachó la mirada por temor y vergüenza.

    -Calla antes de que me lo crea y me chivees -Dijo ella mientras sonreía y bajaba el rostro.

El chico siguió observándola, perdiéndose en su mirada una vez más; de un segundo a otro entró en sí y saltó despertando a la realidad. Él no podía creer lo que ahora acontecía. No debería sentir algo por ella, o así lo pensaba, sobre todo tratándose de alguien que sin duda alguna pasaría de largo por su vida. Apenas la había conocido unos minutos atrás. 

De pronto se dio cuenta de algo en lo que no había puesto atención; ¡esa hermosa chica conocía su nombre!

    -Oye... -en su rostro hubo una expresion de incertidumbre- ¿Cómo es que sabes mi nombre?

    -¿Qué? -soltó la chica, mostrando sorpresa.

    -Sí, mi nombre ¿Cómo sabes de él?

Ella dudó un poco.

    -No lo sabía, sólo dije un nombre al azar, algo para que el tipo que me seguía me creyera que te conocía. La verdad es que casi rezaba porque no me rechazaras o preguntaras algo que me echara de cabeza -parecía segura de su respuesta.

    -Bueno, excelente técnica, no lo niego. Pero ¿Por qué yo? Hay muchas personas allá en la plazuela.

    -Pues... es que como te dije, ya te había visto desde unos metros atrás y no quise desaprovechar la oportunidad... Por cierto, me llamo Arizbeth, mucho gusto -extendió su brazo derecho.

    -¡Wow! Muy lindo nombre... Mucho gusto -sujetó la mano de la joven y le dio un apretón- Bueno ya sabes mi nombre.

A Manuel le parecía una casualidad muy extraña que aquella chica conociera su nombre, o que simplemente de la nada, le atinara al correcto.

Siguieron caminando unos metros más adelante, habian llegado a la torre norte de la Catedral. Arizbeth constantemente volteaba hacía atrás esperando que el sujeto que la seguía no estuviera cerca. Una vez que se aseguró que ya no iba tras ella se despidió de Manuel con un fuerte abrazo, sin darle oportunidad a éste mismo de reaccionar rápido.

    -Tego qué irme... Creo que ya no hay más peligro. Muchas gracias Manuel te debo una -Metió su mano en la pequeña bolsa que cargaba y sacó una hoja, donde apuntó su número telefónico- Ten -ofreció a Manuel aquel pedazo de papel- Podrías llamarme o mensajearme, nos ponemos de acuerdo para salir por un café o algo. Quiero pagarte de alguna forma el favor que me hiciste hoy. Muchas gracias -le manifestó una suave y tierna sonrisa, mientras apretaba sus manos a la altura de la cintura y poniéndose un poco de puntillas.

    -No es necesario, no te preocupes -tomó el papel- Pero da por hecho que te llamaré.

Lo siguiente fue un beso en la mejilla; como último acto de despedida.

Arizbeth se apresuró a tomar camino, accedió por un pequeño callejón a un costado de la catedral, al final dio vuelta a la derecha y Manuel la perdió de vista. Inmediatamente éste corrió en la misma dirección, tratando de alcanzarla pero no tuvo suerte. Dobló a la derecha pasando el callejón, pero ya no la pudo ver, entonces trató de buscarla en las calles aledañas pero ella no apareció por ningún lado; eso lo desmotivó un poco.

Regresó hacía la catedral, donde tomó camino con dirección a la parada de autobuses. Para ello nuevamente tenía que pasar por la plazuela donde Arizbeth lo habia interceptado. Decidió que sería buena idea el esperar un momento y ver el espectáculo que en el lugar se ofrecía. 

Se detuvo en el mercado, que se ubicaba a un costado de la plazuela hundida, él se recargo del barandal, a unos 4 metros sobre la plazuela y observó. De pronto, así sin más, sintió una mirada muy pesada. Dirigió su vista a la masa de personas presentes en las escalinatas y entre ellas un señor de edad avanzada, con ropa sucia y rota, una barba canosa, larga y manchada por la suciedad; lo veía fijamente. Manuel se sintió incómodo y abandonó el lugar. Se apresuró a la parada de autobuses.

Nuevamente, mientras esperaba el camión, el mismo hombre se apareció atrás de él, entre la pequeña multitud que a aquellas horas ya esperaba el transporte colectivo. El sujeto lo miraba, aquellos ojos le penetraron en lo más profundo, causando en Manuel un miedo sin igual. Dio unos pasos más, tratando de perderlo. En su distracción chocó con alguien más, cuando estaba por disculparse vio con sorpresa la cara de la persona, una muy familiar para él. Su ex pareja estaba ahí, esa persona con la que había terminado su relación unos meses atrás. Manuel sintió un escalofrío por todo el cuerpo, se le congelaron sus pies y su piel se volvió pálida, como si hubiese visto al mismo diablo.

Se sintió aturdido y apenas alcanzó a escuchar la voz de la persona:

    -¡Ey! ¿Por qué tan deprisa? -dijo una voz juguetona y retadora, mientras ponía sus manos en los hombros del chico asustado.

    -Alguien viene siguiéndome -contestó Manuel en automatico.
 
    -Pero ahí no hay nada Manuel. ¿Seguro que estás bien?

Manuel miró hacia atrás y en efecto, ya nadie lo seguía.

    -Sí... Estoy bien -contestó sin seguridad alguna- Pero es algo que no te interesa. Disculpa -pasó por un costado.

    -¡Escucha Manuel! Ya sé que no quedamos en los mejores términos, pero sabes que cuentas conmigo para lo que necesites. Un día te prometí que aqui estaria para ti y no pretendo faltar a mi promesa, no es mi estilo.

    -No necesito nada de ti... Aléjate, no quiero volver a verte. Ya tienes a alguien más, así que adiós ¡No quiero saber más de ti Santiago!

Manuel subió al autobús que esperaba y por la ventana lanzó una mirada de castigo a Santiago, quien se quedó entre la gente; observando. Manuel siguió con su mirada a las personas ahí y un par de metros más adelante volvió a ver a aquel vagabundo que lo seguía, cruzando miradas con éste.

Algo en la mirada del sujeto hizo estremecer a Manuel y le congeló el cuerpo.

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