Luz Lunar
¿Qué harías si te dijeran que mañana morirás?
Si tuvieras la oportunidad de poder leer tu final ¿Lo harías?.
Una vez hubo quien dijo que "lo maravilloso de la vida es que no sabrás qué vendrá después; el hecho de vivir al día es lo que te da la experiencia y madurez necesaria para afrontar el futuro", aquellas palabras me hacían entender por qué Rosco rechazó el regalo que esa viejecita bruja le ofreció en esa tarde lluviosa.
Bajo la densa y fría lluvia un joven pensativo caminaba con las manos en su chaqueta de cuero, agachando su cabeza con la mirada fija al suelo. Así recorrió al menos la mitad del trayecto, llenando de lodo y agua sucia sus tennis favoritos. Alzó la mirada y la dirigió hacia su costado derecho, a lo lejos vio una pequeña banca de madera, manchada tal vez por el tiempo y destrozada poco a poco por su constante uso. Se proyectó en ese objeto, pues así se sentía él; a pesar de tener sólo 24 años advertía que en su interior su alma agonizaba.
Decidió caminar hacia él y sentarse por un momento, descansar de la caminata, pero, aunque lo quisiera, lo que no podía descansar era del agotamiento de su cabeza y su constante sobrepensar. Sacó sus manos de las bolsas y las frotó una con la otra. Estaba empapado y el frío no cesaba, al contrario con cada segundo se intensificó más y más. Llevó sus manos a su rostro, frotó sus ojos y terminó presionando las palmas contra sus labios.
Al momento de volver a abrir sus párpados una mujer se le presentó frente a él; una señora de edad avanzada, con cabello corto que llegaba a sus hombros; disparejo, quebradizo, grasoso y canoso, como descuidado. No era tan alta, al menos por su espalda encorvada aparentaba una estatura menor a los 1.60 mts. Su cuerpo robusto se cubría por una blusa y una falda, ambas igual de largas, con un diseño como de la cultura maya de color café y sobre la primera prenda se extendía un rebozo de color negro con algunas líneas de distintos colores opacos entre café, verde, naranja y azul.
Rosco dió un sobresalto por la impresión y se limitó a observar, mientras ella permanecía ahí mojada a causa de la lluvia. La viejecita llevaba consigo una canasta grande de mimbre de esas que usan las personas que venden productos en la calle. El pensamiento inmediato de Rosco es que se dedicaba a vender pan o algunos dulces, y creyendo que le ofrecería algo de ello se apresuró a decir “No gracias”. La anciana lo miró extrañada y entonces contestó:
-Pero aún no te he dicho nada.
Rosco sintió pena al ver que la mujer no se acercó para venderle. No dijo nada, tan sólo la miró a los ojos. Aquellas miradas se mantuvieron por algunos segundos, la anciana lo observó fijamente y Rosco comenzó a desesperarse y asustarse.
-No te preocupes hijo, que eso que te aqueja hoy se arreglará mañana –dijo ella mientras bajaba su canasto-. Ella encontrará a alguien que la ame, y tú dejarás de sentir la culpa que ahora sientes por lo que le has hecho.
-¿Qué? ¿De qué habla? –preguntó Rosco desorientado.
-Sabes de lo que habló. Marina pudo haberte dicho una sarta de maldiciones, pero ella de verdad te quiere. Debes admitir que lo que ha pasado mataría de dolor a cualquier chica. Pero tampoco es para que te sientas culpable, al fin has sacado a la luz tu mayor secreto y ello debería alegrarte. No tienes nada más qué esconder.
-¿Cómo sabe quién es Marina? Y ¿cómo sabe lo que sucedió? – Rosco no lo podía creer.
-Te contaré un secreto jovencito… Yo lo sé todo. Pero no todos son dignos de ser ayudados.
-¡Jajaja! –expresó Rosco– como si eso fuese posible ¡No son más que mentiras!.
-¡¿Mentiras?! –gritó ella– Si de verdad crees que son mentiras –dijo más calmada- ¿Cómo es que sé que tu nombre es Rosco Canto, tu madre se fue de la casa cuando tenías apenas 5 años y tu hermano 2, y tu padre murió en un accidente. Dejándote a ti a cargo…
-¿Cómo sabe todo ello? –cuestionó Rosco sobresaltado.
-¡Te lo he dicho ya! Yo lo sé todo. Sé cosas que son felicidad y otras que no te gustaría saber, porque aquellas son tan malas que sufrirás por no poder detenerlas.
-¿Cómo cuáles? –dijo él esperando una absurda respuesta inmediata.
-Tienes una enfermedad que poco a poco acaba contigo -contestó ella sin miramientos en respuesta a la actitud retadora del chico.
-¡¿Qué?! –aquellas palabras produjeron en Rosco un sin fin de temores, asombro y extrañeza.
-Para no creer te veo muy impresionado.
-Señora no esté jugando. Es obvio que lo que usted dice sólo son cosas al azar.
-De ser así, dime Rosco ¿Cómo sé lo que pasó con tus padres? ¿Cómo llegó a mí lo que sucedió entre tú y Marina? Pero más importante ¿Cómo sé cuándo morirás?
Rosco se puso de pie al instante. Aquello le produjo un congelamiento en la sangre. Sintió cómo sus extremidades, sobre todo sus manos, le hormigueaban; dejándolas casi sin sensibilidad. Sus piernas se quedaron sin fuerza, haciendo que por poco cayera al suelo. Apartó a la mujer, dio un par de pasos y volteó hacia ella.
-¿Qué quiere de mí? –las mejillas del muchacho se mojaban por las lágrimas que le resbalaban.
-Si crees que trato de hacerte daño o asustarte, estás muy equivocado. Estoy aquí para ayudarte.
-¿Ayudarme?... ¡¿Ayudarme?! –Se abalanzó hacía ella.
La forma en la que él soltó ese grito debería haber espantado a la mujer, pero ella ni se inmutó. Se encorvó, y acomodándose su larga falda se sentó en aquella vieja banca. Agarró su canasto, metió una de sus manos en él y volteó su mirada al chico.
-Tengo algo para ti –dijo la anciana sacando su mano derecha empuñada.
-No quiero nada – le dio la espalda y se desplazó un poco, alejándose de ella.
-Tal vez deberías reconsiderar lo que estás a punto de hacer. Puede que no te convenga.
Rosco se detuvo, empuñó sus manos, dio media vuelta y caminó para con la viejecita.
-Si no me deja en paz llamaré a la policía -en su voz se notaba fastidio y enojo.
-Adelante, hazlo… Ahí, mira. Ahí hay un policía –la anciana miró a lo lejos, luego apuntó con su dedo– aquel hombre que está intentando protegerse de la lluvia debajo de esa palapa. Puedes llamarlo, yo esperaré que venga a por mí.
Rosco volteó hacia el policía, abrió la boca pero ningún sonido se reprodujo. La miró nuevamente.
-No puedes ¿Cierto? – dijo ella.
-¿Qué pasó?
-Ya te lo he dicho varias veces, vine a ayudarte y tú lo sabes perfectamente. Ahora toma lo que te ofrezco.
Finalmente el joven aceptó de mala gana. Estiró su mano derecha frente a ella. La mujer colocó su puño encima y dejó caer una pequeña piedra transparente; una perfecta rueda.
-¿Qué es esto? –preguntó él
-Esta pequeña piedra te dirá tu futuro. Lo que tú quieras saber, sólo tienes qué pensar tu pregunta y escupir sobre ella ¡Pero ten mucho cuidado con lo que pides! Ya que sólo puedes cuestionar una vez, luego quedará inservible. Te ayudaré en algo, para que puedas pensar mejor en lo que preguntarás –la mujer se levantó y se acercó a él-. Tu enfermedad no te está dando tiempo suficiente. Pronto tendrás que decir adiós, pero puede que ni siquiera alcances a hacerlo… Tal vez debas preguntar cuándo y cómo pasará, así podrás despedirte de todos a su debido tiempo… Puede que incluso le confieses a la persona que verdaderamente amas todo lo que sientes y no te has animado a hablar.
Rosco miró la pequeña piedra en la palma de su mano.
-Esto debe ser una broma – volteó pero la anciana ya no estaba.
El parque se quedó totalmente solo y la lluvia cesó. El cielo aún continuaba gris. Por las hojas de los árboles caían los restos de agua que la lluvia dejó a su paso. Rosco, empapado y chorreando el agua de la tela de sus ropas, caminó a la salida. Sé fue del lugar con dirección a su casa y durante todo el trayecto las palabras de la vieja resonaron como eco en su mente.
La noche continuó tranquila. El cielo por fin se había despejado y las estrellas brillaban con intensidad, marcando las constelaciones. La luna llena tan blanca como una bola de nieve, pero dando un brillo como el de una bola de cristal a contra luz, se posaba encima de todos, vigilante entre la oscuridad de la noche.
Rosco se desvistió, quedando sólo en bóxer para meterse entre las sábanas de su cama, pero al no poder dormir decidió levantarse por un instante y buscar su libro para continuar con su lectura: “La noche de todos los santos”. Cuando regresaba a su cama pudo observar que de la bolsa de su chaqueta surgía una luz brillante. Se acercó a ella y con mucho cuidado sacó la piedra que la anciana le había obsequiado. Si no fuese por aquel brillo emanando Rosco habría olvidado el objeto. Al ponerla en su mano miró atento cómo toda su habitación se iluminaba.
El brillo que se escapaba de la roca era igual al que se veía en la luna, un destello muy blanco. Rosco se dejó llevar por esa belleza, casi hasta dejarse perder.
Al día siguiente la luz del sol se abría paso en la habitación. Acostado boca abajo, cubierto sólo por el bóxer ajustado a la figura redonda de sus glúteos y muslos, los rayos del sol bañaron su perfecta piel lisa y blanca. Aquella luz lo hacía ver angelical, dándole un brillo singular que remarcaba su aurea. El calor del resplandor que lo cubría hizo que despertara, haciéndole levantarse despacio de su cama y preguntándose a la vez en qué momento se quedó dormido. Estaba muy desorientado. La preciosa roca estaba tirada cerca de su ropa, mientras en su mano izquierda aún sostenía el libro.
Levantó la peña y la colocó en su pequeño buró. Aquel sería un día más en la vida del joven, de no ser porque algo había cambiado; Rosco ya sabía la fecha y causa de su muerte. La piedra le comunicó una noche antes todo lo que le deparaba en su futuro. Las imágenes llegaron a su cabeza como el flash de una cámara. Rápidamente tomó su ropa y se vistió para salir. Sin desayunar como normalmente lo hacía, abandonó su casa y corrió con dirección al parque.
Recorrió el gran jardín por el sendero de tierra, volteando constantemente a los lados; buscando aquella banca donde todo ocurrió. Luego de algunos minutos la pudo encontrar, caminó apresurado y se sentó donde mismo que el día anterior. Sacó la roca, la acercó a su boca y susurró: Ven.
Creyendo que no había funcionado se puso de pie y pensó en regresar a su casa. Sólo dió un par de pasos cuando una voz a sus espaldas lo llamó. Rosco volteó y la miró ahí, sentada en el mismo lugar que él había dejado vacío.
-¿Cómo supiste que funcionaría? -preguntó la anciana.
-Sólo intuición, creo yo –el chico miraba sorprendido.
-Lo lograste ¿Cierto? –preguntó ella.
-¿Cómo sucedió? Me dio la respuesta de algo que yo no pregunté –su expresión cambió.
-Ellas piensan por sí mismas. Pero no sólo eso, saben leer los pensamientos. Después de lo que te conté una duda inundó tu mente y fue aquello lo que hizo posible que te diera la respuesta.
-No la quiero -respondió tajante
-¿Qué? ¿Por qué? Ahora sabes cuándo y por qué pasará. Podrías despedirte de tus seres queridos… de hecho deberías comenzar, no te queda mucho tiempo.
-¡Ese es el maldito problema! –se enfureció– no quiero saberlo. Me da miedo el pensar que dentro de un par de meses todo acabará para mí –se acercó al banco y se sentó a un lado de la anciana, inclinándose para apoyar su rostro contra sus manos.
-No hay que temerle a la muerte, es algo natural, a todos nos pasará… Sabes, me gusta pensar que la muerte es la parte más bella de la vida. Es en ese momento donde vemos toda la realidad, tanto de nosotros mismos como de las personas que nos rodean.
-Es que es imposible seguir viviendo cuando sabes que se acerca un final.
-Siempre lo supiste... todos lo sabemos.
-Sí, pero nunca estamos seguros de cuándo ni cómo –interrumpió él– eso es lo que hace que la vida tenga sentido.
Rosco se sentía desesperado y asustado, lo demostraba con sus manos.
-Puedo ayudarte. Sé cómo revertir todo esto, pero es sólo si así lo quieres.
-Por supuesto que sí. ¡Lo deseo! –dijo Rosco ansioso.
La anciana sacó otra piedra, con la misma forma que la primera, pero de un color rojo fuerte.
-¿Qué? ¿Otra? Quiero que me ayudes, no que me digas más cosas que no necesito saber.
-Hoy por la noche coloca esta piedra a la luz de la luna y enciende sobre ella una vela blanca. Después de unos segundos derrama un poco de cera sobre la piedra y espera.
-¿Eso es todo? –Rosco miró a la roca- ¿No hay nada más qué hacer?
Volteó hacia ella pero la mujer desapareció.
Llegó la noche, la luna nuevamente brillaba como una joya, el cielo despejado permitía admirar a las estrellas parpadeantes. El muchacho sacó la piedra roja y la observó un par de minutos, posiblemente pensando aún si merecía la pena olvidar todo lo que una noche anterior le fue revelado. Recordó las imágenes en su cabeza y fue la forma en la que decidió.
La enfermedad se apoderó. Nunca presentó los síntomas por lo que permitió al padecimiento desarrollarse desde un par de años atrás, la afección contaminó todo su cuerpo inmediatamente. Malestares como vómitos, dolores fuertes y sangrados se hicieron presentes y con cada día que transcurría se volvían más fuertes, haciéndolo sufrir. Finalmente moría recostado sobre una cama, conectado a un par de aparatos, a la vista de su madre y su hermano.
-La vida no es vida si sabes lo que viene. Lo bueno y bello de ella son las sorpresas que te prepara, por muy malas o buenas que éstas sean; siempre te ayudan a crecer y mejorar día con día –se dijo a sí mismo.
Rosco sabía que era tarde para un tratamiento y no podía hacer nada, por lo que decidió que lo mejor era retirar de él esa información. Agarró la vela blanca y puso la piedra en el alféizar, luego abrió su ventana, ese era el mejor lugar donde la luz de la luna llegaba. Cuando la roca brilló colocó la vela sobre ella y la encendió, luego de unos segundos derramó la poca cera y se retiró. Su habitación se iluminó, sin haber un solo rincón que la luz no tocara. Aquel resplandor era de un rojo intenso, tanto como la sangre misma. La piedra parpadeó un par de veces y él la miró atento. El destello se volvió más fuerte.
Rosco despertó en su habitación, recostado sobre su cama. Notó que las sábanas no se habían levantado y estaba vestido, incluso con sus zapatos. En su mano derecha tenía una vela blanca un poco gastada. Confundido se sentó sobre la cama, observó el objeto en su mano y lo colocó en su buró. Miró en toda su habitación, no comprendía qué pasó, lo último que recordaba era estar sentado sobre una banca de madera en el parque, bajo la fuerte lluvia y empapado.
Se puso de pie, caminó a su ventana y al verla abierta sin razón, la cerró.
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